martes, 9 de junio de 2009

Autobus hasta los cielos

Son las 9:30 de la tarde… Mi cabeza está llena de números, ecuaciones y demás tonterías que se aprenden en un simple y monótono día de universidad. Mientras espero en la parada a que llegue el 33, todo da vueltas en mi cabeza, llevo unos días clavando codos y con pocas horas de sueño a espalda.

Al fin llega el bus, mi salvación hacia la cena y la cama en mi tranquilizador hogar. Subo en el 33, saludo al conductor y me dispongo a coger un sitio cómodo. Secretamente deseo poder apoyar la cabeza y cerrar los ojos. En el camino por el autobús articulado, todo se tambalea por la aceleración que imprime el conductor, un tanto exagerada para mis cansadas piernas pero aún así, logro alcanzar el asiento tan deseado: a la derecha para no estar muy incómodo cuando el bus circule por la elíptica diagonal.

Sentado, observo la calle, admiro la nocturna amalgama de luces y movimiento. Todo se va distorsionando poco a poco y mis ojos parecen ceder al peso de las pupilas. Sin ver la división, de pronto la mezcla de colores se convierte en un degradado de azules… ¿Estoy en el cielo? Vuelvo a cobrar conciencia ante tal visión pero no detecto ningún síntoma de extrañez o miedo. Poco a poco empiezan a aparecer detalles, estoy en una cúpula, sujeto por unos cinturones y con una palanca de mando entre las piernas. ¡Estoy a bordo de un avión!

Poco a poco aparecen más detalles, miro alrededor y a través de la cúpula reconozco las alas de un B-29… De pronto caigo en la cuenta: he retrocedido 63 años en la historia. 19 de Enero de 1946…

-“Listo para despegar colega?” – Me señalan por la radio
-“Espero que hoy tengas lo que hay que tener porque vas a romper esa maldita barrera”

A bordo de mi Bell X-1 Glamorous Glennis estoy a punto de conducir el avión hacia la temida barrera del sonido… Una tremenda sacudida y el avión se despega de su nodriza. Tengo la sensación de estar dentro de una película, muy real. Sin saber muy bien como, activo multitud de botones y controlo el joystick, empiezo a notar la fuerza de mi propio cuerpo, el cielo toma un azul más denso, más oscuro. Me estoy acercando a los confines de la atmósfera. Otra tremenda sacudida al encender el cohete que me propulsará hacia la barrera del sonido…

Me estoy acercando, la aguja de velocidad indica mach 0,98, la máxima velocidad alcanzada hasta la fecha. Todo vibra, parece que el avión se deshace en pedazos. Mach 0,99. Unos segundos que se hacen eternos, el sudor resbala a través de mi casco, mi cuerpo pesa 3 veces más que de costumbre.

-“Nodriza a flecha! Contesta, reporte de situación!” – Me reclaman por la radio. Pero soy incapaz de contestar.
-“Nodriza a flecha! Contesta, reporte de situación!” – Insisten pero no logro contestar.

De golpe, todo se suaviza, el avión se deja llevar… ¡Y la aguja marca Mach 1.1! He superado la barrera del sonido! No lo puedo creer, acabo de entrar en la historia como lo hizo Chuck Yeager hace 64 años… Extraña situación. Aún así, tengo el valor de comunicar:

-“Aquí flecha! Vuelo estable y cómodo a Mach 1.4” – Anuncio
-“Uh! Enhorabuena vaquero… Encárgate de…”

Una nueva sacudida y todo cambia de nuevo, vuelven los colores urbanos y el bus toma la última curva hacia mí parada a unos 20 km/h. Que viaje más veloz pienso. De hecho, el habitual largo trayecto se me ha pasado muy deprisa. En fin, todo resultó ser un viaje hacia la velocidad del sonido… Sonrío. Al bajar del bus, noto una débil gota de sudor surcando mi frente… Seguramente debida al casco de vuelo.

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